sábado, 5 de abril de 2008

Dura Convivencia

“Tu gata está perdida” le dijeron.
Aunque su corazoncito ya lo sabía, tenía que escuchar esas duras palabras de la boca de otra persona, aunque esta fuese muda y se lo haya dicho tras lenguaje de señas. Sentía como lentamente algo se rompía dentro de él. Sus piernas, que ya estaban temblando desde las 9 de la mañana, ahora se comportaban como dos fideos en una cacerola hirviendo con mucho aceite de oliva y dos calditos Knorr. Y por el movimiento de sus manos, y el de su pulso, parecía que estaba transmitiendo un mensaje en código Morse con faltas de ortografía. Muchas… faltas de ortografía.
Todavía no sabía distinguir entre “tu gata está perdida” y “tu gata se fue”. Que se pierda era algo extraño, siempre volvía a casa a la hora de cenar. Que le haya pasado algún incidente quedaba descartado desde un principio. Vivían en un barrio tranquilo y su gata era muy querida en la zona. Querida y respetada, tanto por los vecinos como por los demás animales de alrededor. Incluso hasta por las gatas
del taller.
Pero en el fondo, y tal vez no tan al fondo, él sabía la verdad. Esa mañana habían discutido fuertemente respecto a la cantidad de pelos que dejó sobre su cama y ella saltó por la ventana ofendida. No era la primera vez que discutían. De hecho, era la tercera vez que peleaban en la semana (según confirmaron fuentes policiales con los vecinos de al lado). Pensó que, como cada vez que discutían, volvería entrada la noche. Venían mal. Muy mal. Casi no hablaban, salvo para criticarse y ya no se interesaban en la vida del otro.
Ella se había ido, para siempre. Y no era la primera vez que esto le pasaba. De hecho, ya había perdido de la misma manera a otros siete gatos (Luichi, Fofo, Algodón, Hormiga, Incesto, Conciencia y Brisa Matutina de Invierno Estival) y recordaba con lujo de detalle su relación con cada uno de ellos. Simplemente no podía dejar que a un octavo gato le suceda lo mismo. La vergüenza en su círculo de amigas sería infinita e irreparable. Todas hablarían mal de él por siempre y dejarían de invitarlo al club de lectura.
No podía aceptar que otro gato prefiera vivir a la intemperie que vivir con él. Que abandone el calor asegurado de un hogar, dos comidas diferentes por día (fría al mediodía y caliente por la noche), piedritas limpias siempre y hasta una cucheta somier.
Simplemente él prefería el suicidio a aceptar que le vuelva a pasar. Algo tenía que hacer.
La siguiente semana la casa ya estaba en venta a un precio realmente bajo.

2 comentarios:

mala praxis dijo...

me conmovió hasta las lágrimas.
el mejor post hasta ahora visto.

Laura Junowicz dijo...

¡clap-clap-clap!
¡¡bravo bravísimo bravo!!
y sobre todo snif!!! snif!!!

celebro las palabras de este blog, celebro este cerebro y este blog,
porque ¡alguien tenia que decirlo!
alguien tenía que hablar de los espejos del ascensor, de negligencia de los paraguas y de la vida de los gatos!!